Ahora que arropé a mi monstruo,
bajo al infierno a seguir
la tarea de adulto; ya casi
reconozco las respuestas
ante los logaritmos y todos
esos sinsentidos que barre
el tiempo, en los días de su yo
más asesino. Tiene cierta
gracia, los colmillos, la mala idea,
las tormentas secas en paños
menores, la desilusión a lo pactado,
tú como solución tendiendo
a nunca, yo en el camino
hacia infinito con la cruz encima…
El cielo a veces es tan azul,
que nada más sirve de substerfugio
a la idea de sin ti.
En el infierno, lo de siempre:
tú descuartizada, revestida
de recuerdos inmortales de luna,
el diablo saludándome de vuelta
a las trincheras, mi monstruo
despierto, reclamando víctimas
en el laberinto donde él
es brújula insondable.
Blancos
El paraíso es el jardín de Dios.
Blancos son los ángeles que tiran
colillas afuera.
Llaman a la puerta.
El aire ha llamado otras veces,
pero no era nadie.
Han dejado los ojos abiertos los invisibles;
la maleza y las moscas del más allá
se estrellan
contra el rompeolas de la realidad buena.
Piel oliva
Este espejismo,
donde silencios altaneros burlan
de mi piel oliva el tango, el río
Grande secan con armonías mudas,
la bulería del vivir en tres por cuatro
en clasismo de salón y arrebatos
de banderas al viento de Poniente,
pretender domesticar pretenden,
se rompe al chocar con el vacío
de las sendas sin pies descalzos,
la mar de los buques sin brío,
la cal de los poemas desconchados
y soberbios de bilis, el sol del siempre
manco, la fuerza de infinito regazo
mesetario, madrastra de mis fríos,
infierno de mis nanas, el cansancio
vomitado en la escena del gracioso
bufón de la Corte del Imperio,
cristal en mil pedazos que la carne
no hieren, epílogo de cuando el fin
asemeja un ombligo enamorado
de la panza oronda llena de hambre.
Este espejismo refleja a Dios
con un puñal en la mirada,
mas era flor naciendo en la razón
del hombre calmo, a horcajadas
sobre desprecios norteños,
el sur que vence con sonrisa inmaculada
sobre el verde acantilado
donde a volar el hombre arranca,
sorteando nubarrones del mañana.
Cromosomas
El amor, despojado de incógnitas,
la luna engalana, regala
las olas
del mar que nos anda.
El amor, de tu verso fornido,
otrora invisible, mustio de estrellas,
un ahora amanece nacido
de las manos más bellas.
El amor cromosomas escupe,
domestica puñales,
al vacío que exhortan las cruces
puentes coloca;
el Uno se expande.
¡Cuán espesa la noche dentada
que la esquina reinventa,
escondida en el sueño del alba,
asesina fiera!
¡Cuán suave la vida nos besa
en las sendas del quiero,
árbol frutal en la senda
que protege del miedo!
Las esquinas de la oscuridad
«¡Las esquinas de la oscuridad,
que brillen!» exhorta
el adoctrinado demófilo
desde su altura kitch.
Las limpiadoras de ovarios
cenicientos buscan a ciegas
la pelusa forajida,
el infinitesimal respiro de fin
de otro mes relleno
con movedizas arenas.
Las esquinas de la oscuridad
entonan cantos de sirenas
de sobacos llenos de averno
y halitosis, y sujetadores moribundos.
Las esquinas morirán
de limpieza ayusista, cercadas
de la libertad de los ciegos
entre la luz insoportable.
El adoctrinado demófilo
se mesa los bigotes arribistas,
mira el culo a un fantasma
con contrato temporal, recuerda
algún gol y
desmontar los sueños
demanda a unos ojos de párpados
cerrados, como la oscuridad
de quienes se creen despiertos.
Verano
Viene el verano
a la sombra durmiendo,
la chicharra faltona
que a la siesta le grita,
el calor de la calma,
el naufragio del sueño.
El verano viene,
moribundo de auroras,
el sopor que ajusticia,
resucitan las olas,
el compás de la muerte
silenciado en tu orilla…
Poemas secuestrados
He muerto mientras mirabas
la soledad de los silencios por venir.
Me he ido sin adioses tartamudos,
hacia las horas en que los cafés
pierden juventud.
He muerto mientras vivías en el espejo.
Me he ido con los poemas secuestrados
al amor que dormitaba, hacia el crepúsculo
que nos gustaba inventar.
He muerto amortajado por los mientras,
sobre el sofá de los interrogatorios,
sobre la tarde, a horcajadas,
sobre el caos del todo por hacer,
los abrazos sin dar.
En medio del infinito
«En medio del infinito» dijo ella, él se hizo
el dormido; despertaron con olor a hipoteca.
Robaron certidumbre a un ronco abismo
que lapidar los tiempos muertos quisiera.
Un hogar
que viste la omega
con ropas de alfa
al amar.
Viagra y cuarto al amor en viernes, colonia
de frasco caro, jazz de saldo, cubiertos
en ristre, el cansancio de llamar a las olas
de usted, el deseo atiborrado de desierto.
Un hogar
que moja los pies
en el revés
del mal.
Adosado en arenas estáticas y un siempre
en horas bajas que al sábado condena
al polvete sin gemidos. El amor miente;
mira al reloj de las lunas en gangrena.
Un hogar
cuenta abrazos
y pies náufragos
en alta mar.
«En el infinito del medio» quiso quizás decir,
tras cena devoradora de ínfimos ahorros.
Crucifixión del «sí, quiero» en la hora feliz,
el infinito que muere en mitad del cosmos.
Un hogar
con los besos
trucados y el deseo
por truncar.
Invisibilidad
Aprovecha la del quinto, la que está seca por dentro por designios del dios que ha impuesto la dictadura, sus vasitos de licor para volverse invisible y bajar a la realidad por esas escaleras de piso cagado por el Ministerio de la Vivienda con yugos y flechas que apuntan al corazón de los librepensadores.
Aprovecha su invisibilidad para descubrir que hay un silencio sepulcral, que antes creía por su bebé nacido tan muerto como la esperanza cuando tu vientre no genera hombres soldados, y la invisibilidad tiene una resaca terrible y la verdad mastica tierra de nadie desde donde se contempla vidas que ya quisieran poder tener la posibilidad del licor que te hace crecer alas y volverte invisible.
Este Vía Crucis tiene paradas en los descansillos, donde la Santa Inquisición de escalera escupe sobre los personajes inventados, y Alicia, la que arrastra la cruz que construyeron en la aldea donde su padre mataba comunistas a golpes hasta esta ciudad de seres que no respiran, observa como solo debe hacerlo Dios cuando llora a los que dejó morir.
María la del cuarto tiene una hija que la señora se encarga de hacer real en sus peleas con estas fulanas amantes de Serrat y cachemira en el iris, y la hija parece vomitar odio a que la vean subir estos escalones de patíbulo barriobajero y de extrarradio y sale asqueada de las compras que trae a esa mujer que no envejece porque nadie la mira.
La del quinto aprovecha que nadie la ve y desciende a los infiernos de las barrigas no portadoras, quizás alguien eructa un buenos días, pero no suficiente para ir al pueblo a refregar un retoño hermoso y gorduelo por la celulitis inmunda de su horonda hermana casada con un maridito cartero que sabe de la invisibilidad de la gente que se desnuda para que la soledad de la patria lejana la engulla.
El fusilar del tiempo
El fusilar del tiempo apuntando
y apareciste, conquistando
como la tormenta a los árboles
tristes,
apagando los semáforos,
los dobladillos a la vida ambos
descosiendo.
La canción perfecta
se derramó de nuestra boca,
silbo inaudible para el resto,
estela
que solo ven creadores de la aurora.
Bailamos,
como bailan los esclavos
a punto de liberar al amo,
a punto del sueño
que ríe al fin en los adultos ecos.
El armisticio del amor firmando;
frente al naufragio de los charcos
que inventaron
moralistas del salmo punitivo,
el amor de los acordes no esquivos.
La arenga no afeitada
y en pijamas, el señor de dicción
clara y de biblias confitadas,
la tradición de creerse sol
que alumbra y cría algo peor que cuervos,
golpearon nuestra armadura de abrazos,
despertar del frío en el averno.
Bailamos
cual vida que baila
a punto de asesinar la calma,
el horizonte, apuntalado del nosotros
menos yo y tú, mas cosmos todo.
Li (II)
En este dantesco silencio Vía Crucis marcha el futbolero hombre en dirección a casa porque la inercia lo quiere así, porque incluso hasta él llega a comprender que su amor adolescente por los cómics le ha salvado de lo que Dios sabrá que haya pasado en el par de minutos, quizás cinco, en que ha luchado contra la burla y el escarnio de sus ahora muertos semejantes, que se agolpan terribles sobre la calzada, muchos atropellados accidentalmente por vehículos sin timonel.
En casa huele a tabaco, aún hay restos en el cenicero que habría acabado con la coartada del fregado rápido y olvido en alguna estantería de libros inservibles. La mujer tiene las bragas bajadas, y en una mano un consolador que aún vibra con un monocorde e inhumano murmullo de soledad. El hombre no siente la menor lástima, solo recuerda que no se acuerda en absoluto de qué pidió aquella mujer en el último gruñido que le dedicó, espalda con espalda hace menos de una hora.
La televisión no funciona. Tampoco la radio ni tampoco el Internet. El hombre siente miedo de no volver a saber acerca de las gestas del Madrid.
Pasan algún tiempo. Ni siquiera ha traído el pan o la máscara como símbolo de ser quizás el último ser que habita el planeta, ahora nadie va a preguntar a qué se dedica, ni cuánto tiempo le queda de cobrar el subsidio, ni nadie le va a echar indirectas acerca de sus ronquidos.
Tiene en algún lado vídeos con partidos del Madrid, analizará las jugadas por si aparece otro Li, porque no puede ser que esos mortíferos minutos en que algo ha sucedido, no hubiera entre los miles de millones que habitan la Tierra nadie que no vistiera máscara, aunque haya sido artificialmente como en su caso.
Hay algunos tápers para fregar también. Puede dejar guardado algo de esperma por si es necesario en algún futuro incierto; con un poco de suerte saldrán críos todos madridistas.
Definitivamente va a disfrutar de esta nueva época, aunque va a echar de menos a Li; luego se va a llegar a coger cosas de la tienda, esa sensación de robar y que no te persigan debe de ser la bomba.