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Publicado en Poemas, Sin categoría

Mi monstruo

Ahora que arropé a mi monstruo,
bajo al infierno a seguir
la tarea de adulto; ya casi
reconozco las respuestas
ante los logaritmos y todos
esos sinsentidos que barre
el tiempo, en los días de su yo
más asesino. Tiene cierta
gracia, los colmillos, la mala idea,
las tormentas secas en paños
menores, la desilusión a lo pactado,
tú como solución tendiendo
a nunca, yo en el camino
hacia infinito con la cruz encima…
El cielo a veces es tan azul,
que nada más sirve de substerfugio
a la idea de sin ti.
En el infierno, lo de siempre:
tú descuartizada, revestida
de recuerdos inmortales de luna,
el diablo saludándome de vuelta
a las trincheras, mi monstruo
despierto, reclamando víctimas
en el laberinto donde él
es brújula insondable.

Publicado en Poemas

Adiós en susurros

Este es un adiós con ojos arrancados

a la vida que ríe.

Nacen las flores para ser lapidadas

por hombres

de bocas pétreas, nauseabundas.

Este es un adiós solitario,

sin aspavientos, sin puestas de sol.

Mueren las manos de no tocar

lo añorado. Dios recoge el hatillo,

la desnudez cínica, y nos crea,

otra vez, y descansa en el día

séptimo.

Los mortales nos conformamos

con la venganza sin lengua.

Este es un adiós que dice adiós

en susurros, como la noche

que compone los réquiems…

Publicado en La corrupción incorrupta

Nacimiento (II)

Un yugo y unas flechas al entrar en el portal, diminuto, que disimula quienes son los ajusticiados. Aquí viven obreros hijos de perdedores en quintos sin ascensor, que es cosa de barrios céntricos de gente pudiente y ya se sabe que el trabajador está, por condición social, obligado a mantenerse en forma y así la familia a la que dé sustento. Están terminando una escuela entre la jungla impertérrita de bloques y las esposas pueblerinas pasean sus cochecitos con recato dominical y dando las buenas tardes a otras mamás del parque en su mínimo testimonio: un tobogán y dos columpios.
  Los pisos dan, como todos los pisos de recién casados, a un descampado tierra de nadie que oculta el cielo limpio y unas grúas que los niños creen posesión del pérfido que saldrá en los dibujos de Mazinger-Z. Abajo se agolpan algunos primeros coches, aunque la mayoría viaja en bus y miran envidiosos los autos que no tienen y sueñan con tener. También hay un borracho casual intercambiable del que los niños se burlan en el quiosco camino al centro, papeleras con el Cambio del SOE, unas aceras con todas las losas; los abueletes viudos aprenden rápido el camino al bar-para-olvidar bajo el puente del ferrocarril.
Un enjuto niño cabezón cuela un golazo en cualquier recreo de 7 grado, justo antes de la campana de vuelta al interior. Algunas mamás todavía son felices, llevan de la manita a sus retoños a las diez menos diez, mientras andan y saborean los ingredientes orquestados en boca de la vecina mejor cocinera.

 

           Los pisos fascistas son iguales que los de la democracia de biberón y pañales cagados. Una puerta apenas da paso al hall, a izquierda o derecha queda la cocinita y la despensita. De frente el saloncito de estar con un televisor en medio y ningún libro en los muebles, estos a juego con el color del papel de la pared. Se llevan los tonos chillones, como burla al Nacionalcatolicismo que todo lo vigila aún. La terracita queda justo al fondo; la esperanza mendiga allí que los nuevos pisos, eso rezan la mayoría de esclavos, no oculten el trozo de horizonte exclusivo que dominan.
    En mitad del salón un pasillito a tres habitaciones: una de ella como matrimonial y un cuartito de baño donde lavan su pulcritud los obrerísimos cuando oscurece.

         Incluso féminas jóvenes que ocultan haber realizado poca labor en los libros de gramática necesitan subir las bolsas cogiendo aliento en los descansillos. La planta baja es la más cara y una pérdida de dinero a pesar del patio apenas esbozado desde la cocinita, donde hierven los tubérculos y las lentejas que antes olían en los patios de vecinos. Los matrimonios más jóvenes viven en los cuartos o quintos pisos y visten yeyé pero no entienden a los Beatles y les gusta Serrat. Subiendo se escucha copla a media tarde y las noticias contra el incesante contubernio judeo masónico. A menudo hay atascos entre la gente que va o viene y chicos de las mudanzas que suben sofás que apenas caben o mesitas de noche donde las parejas pondrán la foto del primer retoño.

– ¡Señora! ¿Le importaría apartarse, por favor, que mire cómo vamos?

– ¡Voy, voy!¡Disculpen ustedes!  Poco a poco, los actores que representarán una obra de más de 3 décadas, van tomando posiciones: doña Mercedes, en el 2ºB, es una viuda obesa y mariana, mártir de una España que muere, junto a su hija Pili, experta en esconderse tras ella cuando llaman vendedores de mundos perfectos. Está, en la planta baja, Don Rafael, soltero de canas en barbecho, hablador de monosílabos y torturado por los buenos días que otros regalan como quien enciende un Ducados y ofrece a otros de los que esperan el bus haga frío o haga calor. En esta sociedad incipiente, no aún muy enraizada, Don Rafael es el gay del bloque; también, o confidente de los grises o secreta.
En el 2D rugen los machos cabríos, un grupo de estudiantes conspiradores de trinca y panfletos con banderas y siglas que vienen a ser lo mismo ante el Gran Ojo y que algún fin de semana ya ha llevado por allí a la policía a mantener las hormonas amarradas. Alguno ha rodado escaleras abajo y pese a no partirse la crisma, Pili ha llorado moviendo mucho el pecho, como las actrices de los dramones del televisor Telephunken de su mamá doña Mercedes, que con ese nombre tan alemán no puede ser malo en la vida.

Publicado en La corrupción incorrupta

La corrupción incorrupta: Nacimiento (I)

Eat for two” (10,000 Maniacs)

«Víctor no tenía mucho ahorrado» dijo su madre, suegra de Alicia, que imagina a la anciana como a la Medusa de cabellos cabezas de serpiente en blanco y negro intermitente similares al hipo y el miedo que sintió hace unas noches en casa, esperando a su maridito con la cena helada y él acabándose todas las cervezas que había en el barril mientras retransmitían la final de la Copa de Europa, también en blanco y negro, como las sombras que vigilan las conciencias. Le balbuceó el nombre del equipo ganador y ella mordíase el labio como cuando su padre le reñía injustamente por culpa de uno de sus hermanos y Víctor se hizo el sueco y fue directamente a la ducha oliendo a mono de trabajo y a mucha ingesta alcohólica. La suegra prosiguió «aquí en esta casa ha dado lo justo para comer, nunca se ha preocupado más que de salir de parranda». Pausa para un tic que su nuera aborrecía porque lo interpretaba como equivalencia a una maldad de radionovela cuando las protagonistas de lágrima fácil mentían a la realidad circundante, y luego «normal que para la boda no pudiera haberle preparado ni una camisa». Paréntesis para sorbo de café en su fingido elitismo de corrala. El mundo de aquella casa donde se habían criado siete hijos siete amontonados unos encima de otros era el de la ciudad que a ella por aquel entonces se le hacía muy cuesta arriba y los demás creían ser derecho divino por nacimiento causal. Por respeto seguía asintiendo a un monólogo donde la suegra expuso sus justificaciones para que Víctor, su amado hijo y su mujer Alicia, ella, que le esperaba con las cenas glaciales, tuvieran que poner un cubo al revés como mesa romántica en la luna de miel ya en el suburbio que mira a la ausencia, con un colchón que el verano convertía en una parrilla aderezada de mosquitos, cláxones lejanos y una desconcertante falta de niños berreando a la noche que no acaba.
Habían contraído matrimonio en el pueblo de Alicia, como manda la tradición, con centenares de convecinos que se conocían todos, y odiaban, por pintorescos apodos y donde daban palmadas en la espalda a los asombrados y clasistas familiares de Víctor, poseedores de la asombrosa proeza de haber sido nacidos en la élite, que en el mejor de los casos equivalía a casa con matrona o en el peor, en medio de la acera toda vez que la madre de la estirpe asaba castañas o vendía hielo. Hasta orquesta hubo, que tocó las canciones populares del permitido pop patrio y música más tradicional bien entrada la madrugada, luego de meses de negociaciones extenuantes con el testarudo novio, que se negó rotundamente a pisar con su pie en los dominios de una ubicación eclesiástica y que, para más inri, dejó con la palabra en la boca al párroco, al que tildó de fascista a escondidas por no sé qué de una barriga prominente come niños y palomos en el desayuno. Fue un ultimátum por parte de la novia: «o nos casamos o ni aparezcas más por mi pueblo”. Ya había habido un pretendiente anterior que sufrió la taxativa orden y que fue expulsado de inmediato de la vida de Alicia sin contemplaciones. Quizás por eso accedió a casarse con el cara de niño y quizás él, Víctor, anarquista en la intimidad de la dimensión oscura que había jurado acabar con Franco en plenitud de borracheras entre camaradas, se vio aquejado de soledad porque ya cumplió los veinticinco y accedió a sonreír durante la ceremonia que aquella madre de tic nervioso y maquillaje desproporcinado en el recordar vería como un triunfo. Antes hubo otras peleas y posteriores reconciliaciones, porque al final él era buena persona y ella sabía que tendría que sentarlo en su regazo más de una vez.
Bailaron entre amigos y conocidos, entre otros no tanto, partieron antes la tarta nupcial y habían descorchado champaña tras la copiosa cena que todos agradecieron atiborrados de vino y copas numerosas. Sentadas las más vetustas matronas, entre ellas Josefa, madre tormenta de la afortunada, carcomidas por adoctrinamiento severo, eran inflexibles en su criticar a las nuevas costumbres libidinosas y a los bailes agarrados que no habían podido disfrutar de mozuelas en la resaca de aquella guerra donde, según se decía, habían vencido los buenos y nadie se atrevía a pensar que los muertos no tienen el don de la palabra.

Publicado en Letras y vídeos

Veranos

En aquel huidizo y tartamudo verano,

asfaltados de acné los cruces de caminos,

descubrimos guiños en el hablar de las manos,

nerviosos dados apostando al no olvido.

En este luchar del reloj cansado

que nos trae el ayer del cojo destino,

nos hallamos rescatando pasados amasados

por aquel beso orquestado de celestial estío.

Faltaba tanto por aprender,

que nos creímos perennes dioses,

en las mil guerras que pierde el vencer,

dimos comienzo al girar del orbe.

En aquel marchitar que nos hizo ojos de invierno,

ciudades lejanas de brazo amputado,

celdas separadas para mismos credos,

sordas sonatas fuimos del mar tan ahogado.

Faltaba tanto por ver nacer,

que creímos morir cada momento,

verano eterno en cada amanecer,

semilla fecunda en el vientre del tiempo.

Volvió el verano y la perfecta sinfonía,

en la danza que bailan los enamorados,

resucitar del mirar con vistas a la huída

conjunta al volar de nuestro yo pájaro.

Falta ahora tanto por recordar

repintar colores, crear nuevos veranos,

reparar las sonrisas, lubricar el andar

de aquel beso primero que nos vistió de largo.

Publicado en Escritos

Boda

María se casó de largo con una cola que portaban dos sobrinas del novio. Su madre pidió para comprarse el mejor atuendo mientras comía patatas con sal y aceite y ocultó sus manos llenas de pinchazos con sendos guantes de seda.
Mientras caía el arroz fue consciente de que había engañado a todos y guardose mucho de revelar que su padre, el que había abandonado su niñez a las puertas de las no respuestas, fuese un fantasma que apestaba a inmoralidad y cobardía.
La boda trascurrió con el ritmo y la melodía propia de los dioses y así sucedería en el transcurso de los primeros años, hasta que quien pasaba las partituras se quedó dormido del aburrimiento conyugal y la mujer espía del tercero se encontró con una niña en su regazo que reclamaba su derecho a alimento y un marido al que la policía buscó por cielo y tierra y no encontraron porque desapareció como el amor cuando no existe.
María eligió no suicidarse del todo y comenzó a inmiscuirse en el trabajo que asemejaba el de los escritores y detectives, y preguntaba porque así no aprendía a anudar la soga, porque así su niña veía sonrisa cuando regresaba del colegio, porque así era más fácil inventar la tragedia antes de que la tragedia la inventase a una.
La niña le preguntó un día:
-Madre, ¿quién es quien inventa los sueños?¿Dios?
-No lo he llegado a saber-musitó como quien esperara la pregunta desde la niñez- pero daría el alma por saber cómo se hace para así inventar los suyos.

Publicado en Bienvenida a las armas

1 de siempre

Encender la luz de las entrañas

y alumbrar el paso de los ciegos,

sobre la senda oscura de las ánimas,

con el puño hablante del obrero.

Será 1 de mayo a todas horas,

horas todas, múltiple crono, paridas

del ser que ojos quiera en la aurora,

del mirar que colorea la bienvenida.

Labrar la tierra y del yugo librarla,

derecho a trono de la barricada amiga,

crear el himno que enmudezca la fábrica,

raíces nazcan, del barbecho hacia la Vida.

Publicado en Bienvenida a las armas

Caderas

Porque ante la muerte,

habrá que parir la resurrección.

Porque ante la historia,

habrá que amasar la eternidad.

Porque ante la costilla,

habrá que exterminar

serpientes y manzanas.

Porque ante los porqués de la sombra,

habrá que crear

las caderas del mañana.

Publicado en Poemas

Medio siglo

Ha habido un bramar de olas

en cada desierto.

Los períodos de entreguerras

multiplican orgullo

con bufanda e himnos afónicos.

¡Ha habido tanto haber,

tanto condicional de pensamiento

sumiso, tanto

por ciento enamorado de espejismos!

El jeroglífico de mis pasos

a la deriva se empieza a entender:

cumplo, en este stand-by de aditivos parco,

la edad de los recuerdos con sastre,

el desamor de las brújulas ante el huracán,

la calma de los perdedores,

la existencia de Dios en ninguna parte,

la erupción del interior con sonidos unmute,

las canas insobornables del medio siglo.

Ha habido un bramar de olas

a la última moda, un paso marcial

de música abigarrada, una sonrisa

solitaria, en el epílogo:

hay pelis

que invitan a ser protagonistas por

su final desconcertante…