El concepto Humanidad debiera ser un atributo libre de todo elemento superfluo acorde a la Metafísica de Aristóteles. Y digo concepto donde el discípulo díscolo de Platón, como debe ser todo buen alumno que se precie, habría dicho sustancia, es decir, el sujeto de toda predicación u objeto individual que existe por separado de otros.
Esta concepción (¡y dale!) de Humanidad como un todo indivisible viene a estas líneas de deriva incierta por los acontecimientos tan extravagantes que el fátum (otro término de aquellos judeomasónicos griegos) nos has puesto en este devenir no eterno, pata desgracia de algún que otro riquísimo empresario de esos que pasean en zapatillas por los mercados bursátiles porque realmente viven en tan dantescos hogares.
Divagaciones aparte, el concepto dualidad es esa dicotomía maquiavélica que rige la realidad que nos moldea buenos o malos, pobre o ricos, de derechas o izquierdas, puesto que hay día y noches, redondas y silencios de redonda, compases binarios o terciarios, cultura o Tele5; todo, bromas quevedianas aparte desde la antropología y sus diversas manifestaciones. Y así, lo que parece claro es que el virus mata o no mata, tanto a gente conservadora como a adoradores satánicos, sin en absoluto hacer caso a la aguerrida trinchera que cabe el gobierno de turno, que en todo caso servirá para que miles de soldados inocentes mueran ante un enemigo al que no podrán percibir, como a los fantasmas de cualquier pasado que se precie de tal.
Esta Humanidad así vista como un todo se desnuda de atribuciones punzantes como capitalismo, comunismo y demás sandeces interpretadoras de estadísticas. Cual sustancia que somos como especie deberíamos luchar por un establecimiento social y vital que de verdad humanizara a aquella. Lo demás son esos vestidos insidiosos que tanto odiara Juan Ramón Jiménez en su poesía, del que por cierto recomendamos encarecidamente leer más allá del Modernismo de Platero y yo. Luego caemos en el mal hábito de opinar de tan tremendo poeta como quien argumenta a favor o en contra de la alineación del equipo de nuestros amores.
Si les sirve de consuelo, recuerden a Manrique que socializó a la muerte, o a Ortega y Gasset en cuya obra La revolución de las masas nos habla de que solo en época de Revolución Industrial el millonario tiene donde gastar su fortuna. El virus ha acabado con todo eso, y si no les sirven los anteriores, lean a Borges: es lo más parecido a hablar con Dios que pueda haber en este planeta que se rebela, cual feminismo, contra las atrocidades cometidas sobre su cuerpo como sustancia. «Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal» (El Inmortal, Borges).