La adolescencia de granos florecientes a cubierto del sol inquisidor
sale a relucir en la mínima expresión
del pueblo del verano.
Tardes de piscina. Unos ojos te describen en néctar
por vez primera. Risas que salen
por la barbilampiña voz, aún inocente.
Helados, entre chicharras monotonales, los ojos que te hablan
de abrazar, alguna
carrera de niños alocados distorsionando
el amor que hace cosquillas. Esas
noches, a lo lejos, dando descanso al terral,
una plaza donde entran primaveras
a olerse. El camino
alfombrado de vecinos en tronos de enea,
saludando, mientras anotan sus pupilas
cómo pasa el tiempo en los nuevos
pretendientes al mundo
adulto. Me siento
con mis amigos ahora, fantasmales
los vecinos mayores, el sopor
que no se notaba entonces, el reloj que ha ido deprisa,
y más barrigones, alopecia enloquecida,
y alguna mujer ya madre, que entonces
era princesa adormecida. Nos marchamos bajo el yugo
de las hipotecas a pagar, el cansancio
que se oculta, la vejez que se empieza a entender.
Pasan jóvenes, y los apuntamos, bajo sorpresa,
en las pupilas de la vida…