En esta tierra de caries en los poemas
hay un mendigo, plantado en medio
del sueño del dios que envidia a Judas.
De disminuida séptima un acorde,
despierta las cosechas
y al miedo le da dolor en el instinto.
La Trinidad no admite más dimensión.
Algunos intrépidos, temerarios
de plei esteichon tocan el claxon
en la cena de los zombies. La tierra
pare oscuridad que balbucea
el nombre de la noche, y se amamanta
de luna. Una pared macilenta
es escupida por las balas
que escriben puntos y finales.
Ahogan a hombres secos
los ríos caudalosos. La muerte
los engendró y dejó vivir de memoria.
El destino se disfraza de bandera;
una urraca nos mira y un cuervo
nos saca los ojos de cristal traslúcido.
Por el Mare Nostrum, navegan
ataúdes con el aliento de los abismos.
Por la culpabilidad insoslayable,
unos niños adoctrinados matan
a los poetas
y los bocadillos les roban.
La tenue luz proscrita hace visible
a un sol que llora. Sobre
la faz del tiempo inoxidable
un general rechoncho
entra en éxtasis y revela
las intensiones del Altísimo.
Todo lo insondable
conduce al minotauro con tricornio,
que en un televenta, alardea
de la España laberíntica,
profusa en paraísos engaña guiris
y la mirada alcoholizada de los toros.