La mujer
se embalsama en una cocina
con barrotes y una tarde
que huele a ocaso. La rima
fácil de un cantante sin garra
acompaña su hambre
de ayer,
esculpida en la doctrina
del rey del enjambre.
La mujer viste de reina
cuando el zángano memo
le abre las piernas
y le fecunda miedo.
La mujer
saca brillo a la tormenta
de la que fue rayo y lluvia,
y alimenta el arder
de su polen, luna
llena de sangre. Una barba
vigila, con ojos divinos,
donde su infinito acaba
en enjambre y sus zumbidos.
La mujer viste de obrera
en manis anti-realidad.
Roba el hombre miel al mar,
cual reloj de mil esperas.