Publicado en Escritos

Desde siempre (1/2).

Se decía, no sin cierta irónica sorna, que de los latifundios del marqués brotaba la sangre de los que mataba la hambruna tras la enésima huelga anarquista. Los campesinos vivían en la certera costumbre del miedo absoluto a contradecir leyes que no necesitaban entender para ser cristianos estúpidos y obedientes, y los muy ricos, cuya crueldad se entendía como norma a través de su pintoresco representante, bebían licor y atragantábanse en sus culinarias ingestas en fiestas de guardar.

Se decía también que los anarquistas no eran sino almas en pena rogando por el descanso de sus atormentadas mentes o peor, la semilla del mal que traían los panfletos de los anticristos intentando pervertir la calma de lo que siempre había sido así.

En aquella densa niebla social donde los hombres desaparecían sin dejar el más mínimo rastro, dejando tras de sí mujer en época aún de merecer y una prole llena de mocos y piojos, se vivía con la certeza de que la sangre inundaría aquellas tierras de sufrimiento extremo y que el marqués no sabría nadar entre tanta venganza.

Fue durante la recolecta del algodón que llegaron los civiles a llevarse a una decena de jornaleros. El marqués abrió un sobre durante el desayuno y con letra torpe e infantil, un mensaje: » Bamo a matarte puerco», provocó la carcajada en el noble, mezcla de su clasismo y su cuidada ortografía gracias a lectura de los clásicos. Su cabeza andaba en preparativos para la puesta de largo de su hermosa hija y no necesitaba aquella nimiedad como distracción.

Fue un día de lluvia cuando los jueces justificadores de tan desigual sistema, condenaron a muerte por ahorcamiento a Paco el Largo, un casi adolescente brotado pobre entre la maleza circundante cuyo único delito era ser zurdo y haberse encontrado cartillas ortográficas bajo el camastro de sus sueños por un mundo mejor. Los magistrados encontraron determinante que el reo había pretendido engañarlos escribiendo con su mano diestra, según ellos, y no por desconocimiento, pues era según él, falso que supiera a ciencia cierta que se pudiera escribir con la mano del Maligno. Indudable era por otro lado que había pretendido el ardid de un uso no habitual de su caligrafía, aunque, y ya en palabras del fiscal, el reo jurara que jamás había escrito con su mano izquierda y que fuera un hecho que tenía graves dificultades para leer de la Biblia donde juraban los sospechosos.

Autor:

Músico a medias, escritor también, quizás demasiado ingenuo y extremadamente gruñón para lo que debe ser la tábula rasa a la que se supone que debe aspirar el ciudadano medio. Revolución Francesa en todos sus actos inmortales, siendo la inmortalidad un tema bastante alejado de la masa encéfala que no sabe amar con todas sus consecuencias.

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